En la Alhambra

Juan Carlos Garvayo

El músico Juan Carlos Garvayo, bien conocido como pianista del Trio Arbós, va a revelarse a muchos como gran solista con este disco quasi libro dedicado a la Alhambra de Granada.  En la “Colina Roja” se alza el único palacio musulman medieval que no ha conocido la ruina, pese a ser su arquitectura de tan leves y quebradizos materiales. Pero siempre estuvo habitado y abierto a visitantes, algunos tan ilustres como Victor Hugo, Mikhail Glinka, Chateaubriand o Washington Irving, por no citar a numerosos pintores y escritores y músicos románticos españoles. 

Hace unos años el sello Almaviva nos ofrecía una serie de piezas musicales españolas inspiradas por el bellísimo palacio nazarí indestructible incluso a modificaciones tan hirientes como la construcción de otro palacio, esta vez renacentista; lo trazó para el emperador Carlos V el gran arquitecto Pedro Machuca con maestría que debería haber desplegado en otro lugar, aunque se comprende que lo haya levantado donde está. 

Garvayo es un pianista muy culto, como lo prueba el breve y excelente texto que incluye en esta grabación, encabezada por una cita de Francis B. Money Coutts, el poeta y mecenas de Isaac Albéniz, quien dice de la Alhambra en un poema de ese título: “ ¡en cuyo perdurable pergamino el estudiante que pueda leer una parte, maestro será en su totalidad!”. Y nos parece escuchando el disco que , como dice el pianista granadino(nacido en Motril), “quien esté familiarizado con su propia intimidad, descubrirá las auras, esas brisas que exhalan los lugares como una reverberación dorada, como una nube deslumbradora que ensimisma y aturde.  Quien tenga oidos para escuchar el latido del misterio quedará sobrecogido por la delicadeza, el encanto, por la gloria de este lugar sin par”. 

Garvayo ha elegido ocho compositores, todos españoles salvo Debussy; cinco ya fallecidos y dos en activo, Jesús Torres y Antón García Abril, aragoneses los dos. La muy poética La Vega de Isaac Albéniz abre el disco, todo él teñido por un pianismo sobrio y elegante, donde se rehuye lo brusco y oscuro, lo hiriente, lo estruendoso, aun en piezas de fuerte desgarro como Paseo de los Tristes de Jesús Torres, inspirada por el poema así llamado de Javier Egea. 

Nunca escuché, por ejemplo, una Puerta del Vino tan delicada, ni un Impromptu en el Generalife (de Montsalvatge), tan evocador a través de esa cita del primero de los nocturnos de Falla. También suave y nostálgico es presentado aquí el andalucismo de Joaquín Turina. Misterioso y lorquiano se produce igualmente Amanecer en Granada, obra de un granadino y alhambrista de “nacencia” como fue Angel Barrios, a quién todo un Esteban Sánchez llevó su pianismo al disco. (Andrés Ruiz Tarazona)

Sub Rosa

Juan Carlos Garvayo

Scriabin, uno de los más místicos compositores de la historia de la música, defensor del teosofismo, abre el disco con sus Trois morceaux op. 52. Piezas breves y ambiguas, alejadas de las complejas sonatas o los intentos grandilocuentes de su inacabada obra, Misterium, que suenan ligeras y volátiles en las manos de Garvayo y funcionan a las mil maravillas a modo de contemplativa introducción.

El grueso del disco, de larga duración para los tiempos que corren, es para el rosacruz Erik Satie, compositor oficial de la orden, para cuyas ceremonias escribió las Sonneries de la Rose-croix. Música estática y mayestática, casi hipnótica y plagada de simbología numérica de la sección áurea. Por su lado, Ogives son cuatro piezas de juventud, de cuando Satie contaba apenas veinte años y se acababa de mudar al barrio de Montmartre, inspiradas en los arcos ojivales de la Catedral de Notre Dame. Más grandiosas que las Sonneries, pareciera como si Garvayo anticipase con ellas preludios de Debussy tales como La catedral sumergida. Igualmente perteneciente a la orden de los rosacruz fue Michael Maier, médico, alquimista y consejero de Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. La enigmática música incluida en su Fuga de Atalanta (1617) viene a adornar con resonancias medievales los complejos planteamientos de alquimia en ella desarrollados.

No podía faltar en este disco la francmasonería, con Mozart y su visionaria Fantasía en do menor K.475 a la cabeza, así como las composiciones de Jesús Torres y María de Alvear que conmemoran el décimo aniversario de la Logia Voltaire n.º 127. Mozart suena potente, con cuerpo, asegurado en su tonalidad y bien articulado mientras que Laberinto de silencios, de Torres, arranca con perlados racimos de notas, muy sugerentes, que van creciendo paulatinamente y reconfigurándose a medida que la obra avanza, permitiendo al intérprete mostrar su absoluto dominio de la textura y del plano sonoro. Dos arranques que entrecruzan sus estilos en Oscuridad pura, la obra de la única compositora del disco, sobre la que Garvayo arroja toda su fuerza y pulsión, especialmente en el acelerando de acordes finales.

Ya para cerrar, Mauricio Sotelo es el compositor comisionado para dar título al disco que nos ocupa. Su obra, Sub Rosa, cercana a los diez minutos de duración y de difícil ejecución por sus entrecruzadas y complejas resonancias, nos sumerge en un mar de incertidumbres por medio de una sucesión de escalas ascendentes e inestables que el granadino resuelve con certera precisión.

Juan Carlos Garvayo nos presenta un variado repertorio en su última grabación, abarcando cinco siglos de historia de la música, interpretando estilos a las que igual nos tiene menos acostumbrados pero que disuelven esa delgada línea roja del repertorio; nos invita a la reflexión, a la introspección y al descubrimiento de nuevas combinaciones musicales así como a adentrarnos en los inquietantes universos esotéricos por medio del piano. (Juan Carlos Ferruz)