33 Sueños
Roberto Sierra / Juan Carlos Garvayo
Roberto Sierra, compositor
Juan Carlos Garvayo, poeta y pianista
Javier Povedano, barítonmo
Quiteria Muñoz, soprano
Concebí 33 Sueños como una suerte de extraño viaje a un supuesto centro movedizo que se halla tanto dentro como fuera de la conciencia. Los sueños son aquí mensajes cifrados que ayudan a trazar el mapa y su plasmación poética es el esforzado resultado de su desencriptación en un lenguaje preciso de símbolos. En el camino hay mares, lugares mágicos, personajes reales e imaginarios, torbellinos, espirales, monstruos, dioses, simas y un sinfín de imágenes típicas y arquetípicas encontradas en el devenir de mi necesidad emocional, intelectual y poética. Roberto utiliza esta estructura de viaje, de «travesía» como a él mismo le gusta decir (de hecho un tercio de la obra fue compuesto en una travesía marítima por su mar Caribe), para entroncar sus 33 Sueños con la tradición de grandes ciclos liederísticos del romanticismo alemán. Al igual que en otro ciclo viajero, Winterreise, la música de 33 Sueños penetra tanto dentro del texto poético como de sus intersticios para lograr un nivel de comprensión superior en el que la ensoñación adquiere veracidad y la realidad se difumina en ensueño; Roberto maneja de manera prodigiosa la capacidad de adaptación simbólica de la música para potenciar el sueño, perfilarlo y vivificarlo de tal forma, que este adquiere otra dimensión más plena de contenido, significado y belleza. La música también aporta al texto empaque y estructura a través de la intrincada red de parámetros musicales ideados por el compositor: melodía, ritmo, armonía, color y textura inyectan luz y grosor al hilo de Ariadna del subconsciente poético, invitándonos a seguirlo como a un señuelo y así adentrarnos en un viaje iniciático de desarraigo, despojamiento, dolor, nostalgia, iluminación y retorno al origen. (Juan Carlos Garvayo)
Ancora un segreto
Alfred Brendel / Juan Carlos Garvayo
Si Alfred Brendel no hubiera existido, no habríamos tenido más remedio que inventarlo.
Su figura como intérprete y como pensador es crucial para la pervivencia entre nosotros los músicos de un modelo auténtico y comprometido de concebir nuestro arte. Frente a legiones de intérpretes excesivamente caprichosos, Brendel ha sido el antídoto durante más de 60 años para disfrutar de una experiencia musical documentada y sensata, en la que intelecto y emoción son instrumentos para desvelar el contenido más profundo de las obras maestras. Humildad y reverencia, pero también espíritu crítico y humor para no morir de trascendencia en el intento: en uno de sus poemas, Brendel relata como su colega imaginario Fischkemper levita sobre el piano mientras las teclas ejecutan por si solas el largo trino sobre el Mi bemol de la Op. 111 ; por cierto, el poema no revela si, una vez resuelto el trino, el «celebrado virtuoso» desciende suavemente de las alturas o, por el contrario, se estrella de bruces contra el instrumento.
El inmenso legado discográfico de Brendel, junto a su contundente corpus ensayístico y a su ecléctica labor como conferenciante, dan prueba del objetivo claro de su misión: buscar incansablemente el centro del mensaje musical, despojando por el camino toda la retórica acumulada por una supuesta tradición neurótica más preocupada de perpetuarse así misma que de transmitir el mensaje de manera veraz.
Si hay un compositor que se ha beneficiado de este proteico afán brendeliano, ese es sin duda Franz Liszt. Perjudicado históricamente por una serie de factores entre los que se encuentran su azarosa vida personal, las envidias suscitadas por su enorme carisma y prodigiosa capacidad musical, y la extrañeza e incomprensión con la que se juzgaron sus logros compositivos más importantes, la figura de Liszt ha llegado desdibujada hasta nuestros días convertida las más de las veces en una mera caricatura del fascinante ser humano y genial compositor que fue.
Brendel grabó la Sonata de Liszt en tres ocasiones (1958, 1981 y 1991). La grabación incluida en este disco es la primera. Una versión deslumbrante y novedosa en la que un joven Brendel de 27 años establece sin complejos los principios fundamentales de su estilo interpretativo: pulsación noble, apabullante claridad estructural, pulso rítmico implacable y fuego poético contenido y adiestrado para emerger solo en los momentos necesarios sin contaminar el avance formal de la obra. Brendel presenta en un solo trazo toda la prodigiosa arquitectura de esta magna obra sin sacrificar un ápice de su imaginación poética, y nos contagia a través de su lucidez interpretativa su amor y admiración por la obra y su autor.
Dos fotos curiosas de Liszt, así como un magnífico busto y su máscara funeraria, presiden el estudio de Alfred Brendel en su residencia de Londres. Allí mismo, bajo la advocación del compositor húngaro, Brendel leyó de una sentada el día 13 de abril de 2016 su conferencia sobre la Sonata de Liszt contenida en este disco, tocando en su propio piano numerosos ejemplos ilustrativos. Escuchar al Maestro tocar, retirado de los escenarios desde 2008, fue un verdadero privilegio al que asistí con franca emoción. La misma o más que en mi primer encuentro en Bolzano durante los días previos al estreno de Ancora un Segreto. Hasta tres veces seguidas me pidió un entusiasmado y curioso Brendel que tocara para él la monumental obra que Mauricio Sotelo tuvo a bien confiar a mi persona. El fabuloso reto afrontado por Sotelo de evocar una de las cumbres de la literatura pianística a través de una obra dedicada a uno de los pianistas más influyentes de la historia reciente, ha dado como fruto una obra magistral que se adentra en los lugares recónditos de la sonata liszteana, en sus intersticios, en el silencio tenso que emana de la célebre nota Sol (G) generadora de todo su edificio sonoro, para hacer aflorar la música alucinada que allí habita. Una obra, como no podía ser de otra manera, plagada de sutiles referencias a su doble modelo inspirador: Liszt-Brendel. (Juan Carlos Garvayo)
Boleros y Montunos
Roberto Sierra / Juan Carlos Garvayo
Ecos de un piano de ultramar…
Siempre he pensado que la verdadera razón por la cual soy pianista antes que compositor reside en que, en el fondo, prefiero ser una especie de voyeur de la música antes que concebirla y plasmarla en el papel pautado. Desde que tengo uso de razón, me recuerdo a mi mismo como un devorador de músicas diversas, un curioso incansable, siempre deseoso de conocer cualquier tipo de ocurrencia musical, en especial las de mi tiempo y mi entorno. Siempre me ha fascinado que todavía hoy exista gente que se atreva a escribir música para piano considerando la inmensa losa de obras maestras que arrastra tras de sí el rey de los instrumento y sin embargo…, hoy día se escribe abundantemente para piano. La música para piano de nuestros días es a veces extraña, otras demencial, puede también estar plagada de lugares comunes, ser diabólicamente difícil o estar pobremente escrita, pero de tanto en tanto también ocurren milagros: surgen obras que parecen haber estado pacientemente esperando su momento para manifestar su belleza, su originalidad y su inteligencia constructiva. A mi me gusta estar cerca cuando esto ocurre, y si es posible, ser el primero en darle vida a través de mi instrumento. La satisfacción que recibo es enorme, porque no hay nada en esta profesión que me cause más placer que ser el primero en descubrir música que yo mismo hubiese deseado componer, e intimar con ella como si fuese mía.
Esto es exactamente lo que me ocurre con la música contenida en este disco. Cuando me siento al piano para dialogar con la música de mi gran amigo Roberto, tengo la sensación de que se parece muchísimo a esa música inefable que, una vez soñada, se esfuma irremediablemente dejando solo un leve perfume para guiar nuestro anhelo de rastrearla a toda costa. Las ocho piezas del Primer Álbum de Boleros -del cual soy orgulloso dedicatario- y los cuatro Montunos, a modo de antagonistas, pertenecen a esa esfera de la música (de la poesía) en la que lo real y lo irreal se funden con precisión en un mensaje cautivador; un mundo sonoro absolutamente personal, único y complejo que ofrece al mismo tiempo cualidades de inmediatez y accesibilidad al oyente. Cualidades que sin embargo nunca se muestran de manera gratuita, porque, ante todo, son parte esencial de la inevitable necesidad de Roberto de comunicar una música que resuena desde siempre en su interior, una música anclada en la tierra, en la infancia, allí donde con certeza se forjan los sueños más íntimos. Nuestro compositor, puertorriqueño hasta la médula, pone todo su apabullante oficio, toda su extraordinaria cultura musical, al servicio de estos sueños, para rescatarlos y revivirlos generosamente con nosotros; desde la inmensa ternura que destila el mundo onírico de los Boleros, hasta la potencia rítmica de los Montunos o la implacable fiereza de la Introducción, Canción y Descarga.
A la gran satisfacción que me ha producido trabajar y grabar esta música maravillosa, se une además el privilegio de haber contado con la presencia de Roberto Sierra durante las sesiones de grabación en el Auditorio Manuel de Falla de Granada. Una presencia para mi muy importante, no solo por el sello de legitimidad que imprime a mi interpretación de su obra, sino también por las enriquecedoras conversaciones sobre música y vida sostenidas en esa colina de la Alhambra granadina donde magia, poesía y realidad se confunden irremediablemente. (Juan Carlos Garvayo)
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En la Alhambra
Juan Carlos Garvayo
El músico Juan Carlos Garvayo, bien conocido como pianista del Trio Arbós, va a revelarse a muchos como gran solista con este disco quasi libro dedicado a la Alhambra de Granada. En la “Colina Roja” se alza el único palacio musulman medieval que no ha conocido la ruina, pese a ser su arquitectura de tan leves y quebradizos materiales. Pero siempre estuvo habitado y abierto a visitantes, algunos tan ilustres como Victor Hugo, Mikhail Glinka, Chateaubriand o Washington Irving, por no citar a numerosos pintores y escritores y músicos románticos españoles.
Hace unos años el sello Almaviva nos ofrecía una serie de piezas musicales españolas inspiradas por el bellísimo palacio nazarí indestructible incluso a modificaciones tan hirientes como la construcción de otro palacio, esta vez renacentista; lo trazó para el emperador Carlos V el gran arquitecto Pedro Machuca con maestría que debería haber desplegado en otro lugar, aunque se comprende que lo haya levantado donde está.
Garvayo es un pianista muy culto, como lo prueba el breve y excelente texto que incluye en esta grabación, encabezada por una cita de Francis B. Money Coutts, el poeta y mecenas de Isaac Albéniz, quien dice de la Alhambra en un poema de ese título: “ ¡en cuyo perdurable pergamino el estudiante que pueda leer una parte, maestro será en su totalidad!”. Y nos parece escuchando el disco que , como dice el pianista granadino(nacido en Motril), “quien esté familiarizado con su propia intimidad, descubrirá las auras, esas brisas que exhalan los lugares como una reverberación dorada, como una nube deslumbradora que ensimisma y aturde. Quien tenga oidos para escuchar el latido del misterio quedará sobrecogido por la delicadeza, el encanto, por la gloria de este lugar sin par”.
Garvayo ha elegido ocho compositores, todos españoles salvo Debussy; cinco ya fallecidos y dos en activo, Jesús Torres y Antón García Abril, aragoneses los dos. La muy poética La Vega de Isaac Albéniz abre el disco, todo él teñido por un pianismo sobrio y elegante, donde se rehuye lo brusco y oscuro, lo hiriente, lo estruendoso, aun en piezas de fuerte desgarro como Paseo de los Tristes de Jesús Torres, inspirada por el poema así llamado de Javier Egea.
Nunca escuché, por ejemplo, una Puerta del Vino tan delicada, ni un Impromptu en el Generalife (de Montsalvatge), tan evocador a través de esa cita del primero de los nocturnos de Falla. También suave y nostálgico es presentado aquí el andalucismo de Joaquín Turina. Misterioso y lorquiano se produce igualmente Amanecer en Granada, obra de un granadino y alhambrista de “nacencia” como fue Angel Barrios, a quién todo un Esteban Sánchez llevó su pianismo al disco. (Andrés Ruiz Tarazona)

Sub Rosa
Juan Carlos Garvayo
Scriabin, uno de los más místicos compositores de la historia de la música, defensor del teosofismo, abre el disco con sus Trois morceaux op. 52. Piezas breves y ambiguas, alejadas de las complejas sonatas o los intentos grandilocuentes de su inacabada obra, Misterium, que suenan ligeras y volátiles en las manos de Garvayo y funcionan a las mil maravillas a modo de contemplativa introducción.
El grueso del disco, de larga duración para los tiempos que corren, es para el rosacruz Erik Satie, compositor oficial de la orden, para cuyas ceremonias escribió las Sonneries de la Rose-croix. Música estática y mayestática, casi hipnótica y plagada de simbología numérica de la sección áurea. Por su lado, Ogives son cuatro piezas de juventud, de cuando Satie contaba apenas veinte años y se acababa de mudar al barrio de Montmartre, inspiradas en los arcos ojivales de la Catedral de Notre Dame. Más grandiosas que las Sonneries, pareciera como si Garvayo anticipase con ellas preludios de Debussy tales como La catedral sumergida. Igualmente perteneciente a la orden de los rosacruz fue Michael Maier, médico, alquimista y consejero de Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. La enigmática música incluida en su Fuga de Atalanta (1617) viene a adornar con resonancias medievales los complejos planteamientos de alquimia en ella desarrollados.
No podía faltar en este disco la francmasonería, con Mozart y su visionaria Fantasía en do menor K.475 a la cabeza, así como las composiciones de Jesús Torres y María de Alvear que conmemoran el décimo aniversario de la Logia Voltaire n.º 127. Mozart suena potente, con cuerpo, asegurado en su tonalidad y bien articulado mientras que Laberinto de silencios, de Torres, arranca con perlados racimos de notas, muy sugerentes, que van creciendo paulatinamente y reconfigurándose a medida que la obra avanza, permitiendo al intérprete mostrar su absoluto dominio de la textura y del plano sonoro. Dos arranques que entrecruzan sus estilos en Oscuridad pura, la obra de la única compositora del disco, sobre la que Garvayo arroja toda su fuerza y pulsión, especialmente en el acelerando de acordes finales.
Ya para cerrar, Mauricio Sotelo es el compositor comisionado para dar título al disco que nos ocupa. Su obra, Sub Rosa, cercana a los diez minutos de duración y de difícil ejecución por sus entrecruzadas y complejas resonancias, nos sumerge en un mar de incertidumbres por medio de una sucesión de escalas ascendentes e inestables que el granadino resuelve con certera precisión.
Juan Carlos Garvayo nos presenta un variado repertorio en su última grabación, abarcando cinco siglos de historia de la música, interpretando estilos a las que igual nos tiene menos acostumbrados pero que disuelven esa delgada línea roja del repertorio; nos invita a la reflexión, a la introspección y al descubrimiento de nuevas combinaciones musicales así como a adentrarnos en los inquietantes universos esotéricos por medio del piano. (Juan Carlos Ferruz)
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